Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Mientras el país concentra su atención en enfermedades emergentes o en temas coyunturales, la fiebre amarilla —una enfermedad prevenible mediante vacunación— sigue siendo una amenaza silenciosa que cobra vidas, especialmente en zonas rurales y selváticas de Colombia. Los recientes brotes no son hechos aislados, sino una señal de alerta que exige una respuesta urgente del sistema de salud.
Colombia tiene una larga historia con esta enfermedad. La fiebre amarilla es endémica en varias zonas del país y, aunque existe una vacuna altamente eficaz, las brechas en cobertura, vigilancia epidemiológica y acceso a servicios de salud han dejado expuestas a poblaciones enteras.
La falta de información oportuna, las deficiencias en las jornadas de vacunación y la limitada inversión en salud pública han permitido que esta enfermedad se manifieste periódicamente con consecuencias fatales.
No se trata solo de aplicar biológicos. Es necesario fortalecer la infraestructura de salud, invertir en educación comunitaria y, sobre todo, reconocer que las enfermedades transmitidas por vectores como el Aedes aegypti no respetan fronteras demográficas. El cambio climático, la deforestación y la expansión urbana sin control aumentan el riesgo de propagación de la enfermedad hacia zonas antes consideradas seguras.
El país necesita una política integral que no se limite a reaccionar ante los brotes, sino que actúe de forma preventiva, articulando los niveles local, departamental y nacional. Es un asunto de salud pública nacional que pone a prueba la capacidad del Estado para proteger la vida de sus ciudadanos.
La solución está al alcance. La vacuna está disponible. El conocimiento científico existe. Lo que falta es voluntad política sostenida y una ciudadanía informada que exija respuestas.
Laura Méndez Pedreros, epidemióloga Universidad de los Andes.
Envíe sus cartas a [email protected]
Por Laura Méndez Pedreros
