Ucranianos a Estados Unidos: “Es una traición que hablen con Putin como amigo”
Se cumplen tres años desde que las tropas rusas emprendieron la invasión a gran escala de Ucrania, aunque es una guerra cuyas raíces vienen de antes. Voces de distintas partes del país y del mundo cuentan cómo han sobrevivido a la agresión y su preocupación de ser excluidas de una negociación de paz.
María José Noriega Ramírez
Han sido años de horror, de tratar de acostumbrarse a una realidad que se siente ajena. Los bombardeos hacen de la guerra algo más evidente, pero lo cierto es que está en todas partes al mismo tiempo: en los constantes cortes de luz, en el llanto de una madre que no sabe si su hijo soldado está vivo o muerto y en los edificios que apenas siguen en pie en medio de los escombros. También está en los parques infantiles donde no se ven casi niños jugando, en el toque de queda que vacía las calles en las noches y madrugadas, y en las alarmas que suenan para anunciar que el peligro, aunque siempre está, es más inminente. Se trata de las muchas vidas que, en medio del dolor y el duelo, viven un día a la vez, pero que aspiran poder volver a pensar en un futuro. Son los enamorados que siguen cenando en un restaurante y las amigas que se encuentran para conversar, disfrutar una taza de café o una copa de vino, pero también los que entierran a sus muertos y sufren por sus desaparecidos.
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Estar en Ucrania es bajar de vez en cuando a los refugios, y aceptar que eso es normal, pero no siempre bueno ni seguro. Es el anhelo de no heredarles a los hijos lo que se está viviendo hoy y, a la par, sentirse abandonado y solo, además de decepcionado. Es estar atrapado en las peleas del poder: en la de Donald Trump, que llama a Volodímir Zelenski dictador, después de sentar a los suyos con los rusos en una mesa saudí, y creer que unas negociaciones sin Ucrania son imposibles. Eso piensa la gestora cultural y youtuber Anna Danylchuk, de Lutsk, cerca de la frontera con Polonia y Bielorrusia, que ha vivido estos años de zozobra y duelo por la guerra, pero también por la muerte de su mamá, que no solo se tuvo que resguardar de los ataques ordenados desde Moscú, sino que también debió someterse a un tratamiento de quimioterapia, en una doble batalla por la vida: “Es una traición que el nuevo Gobierno de Estados Unidos hable con Vladímir Putin como si fuera un amigo y no un criminal de guerra, culpándonos de no querer acabar esto. Es una humillación que nos excluyan”.
Dice que el cansancio y la fatiga se sienten. También que recuerda episodios dolorosos en la historia de su país, como el holodomor: la hambruna que sufrieron los ucranianos en la época soviética y sobre la cual se levanta un museo en Kiev donde se lee la frase “recuerda para ser”, un lugar que está cerca del río Dniéper en el que, no hace mucho, se veía un monumento que mostraba la amistad entre Rusia y Ucrania, que hoy está roto y desmantelado. Su temor es que la siguiente generación siga viviendo en medio de la violencia, pero, más aún, perder su nación y rendirse, y que se transmita el mensaje de que las acciones no tienen consecuencias: “Si no se frena lo que está pasando, si no hay castigo, ¿qué les impedirá seguir así? Después de tantos crímenes de guerra, ¿por qué pararán?”. No hace mucho, por su canal de YouTube Anna from Ukraine, se le escuchó decir que “las acciones más importantes para la futura paz no tienen lugar en Washington, Múnich y mucho menos en Arabia Saudita”.
Ella quiere hablar, no quiere dejar de hacerlo y pide que los otros tampoco paren, pero el silencio se siente, y es, tal vez, lo único que le queda a uno que otro ucraniano. Hay quienes dicen que es muy grave lo que está sucediendo y poco se sabe del futuro de las conversaciones impulsadas por Estados Unidos, y por eso prefieren callar. Otros, como Taras Havronskyi, lo sufren a distancia. Hace siete años llegó a Colombia siguiendo un amor, que aún lo tiene viviendo en Barranquilla. La última vez que visitó su país fue en diciembre de 2021, y antes ya lo había hecho dos veces más. Su familia es de Ucrania occidental y algunos han sido desplazados desde 2014. Cuenta que le entristece lo que está sucediendo ahora, que su ilusión es que llegue el momento en el que Europa y Ucrania se puedan unir más: “El estrés de la vida es increíble. No se vislumbra un final para la guerra, pero, como dicen algunos, ‘todavía hay pólvora en el polvorín’. Colombia, con un conflicto interno desde hace 60 años, sabe lo difícil que puede ser ponerle fin a esto”. Como vicepresidente de la organización Prosvista, habla de marchas pacíficas y conversatorios para que los demás conozcan desde este lado del Atlántico qué ha pasado en tres años de invasión a gran escala, y no es el único en llevar a cabo un esfuerzo parecido.
La exposición fotográfica “Diplomas no expedidos”, inaugurada la semana pasada en la Universidad de la Sabana, en las afueras de Bogotá, después de pasar por Oxford, King’s College (de Londres), Sciences Po y Stanford, entre otras más, y de aterrizar por primera vez en suelo suramericano, muestra las historias de varios jóvenes ucranianos que murieron en la guerra. Ahí se recuerdan las vidas de Matvii Levchuk, un estudiante de Administración de Empresas de la Universidad Estatal de Mariúpol, que, con 25 años y en la tarea de defender a su país, falleció en Donestk. También la de Oleksandr Borivska, de 18 años y estudiante de Relaciones Internacionales, quien murió en un ataque con misiles en Vinnytsia mientras iba a una clase de conducción. Kyrylo Osipenko, estudiante de Programación y apasionado del boxeo, falleció en un ataque en Járkov, y sus memorias son unas más de las cuarenta inmortalizadas en esas fotos.
“Nuestra lucha no es particular; es, más bien, universal”, cuenta Oleksii Otkydach, cónsul de la Embajada de Ucrania en Perú: “Los estudiantes son el futuro y en Colombia ha habido experiencias algo similares a la nuestra, cuando, por ejemplo, el conflicto armado ha impedido que los jóvenes se gradúen, pues unos han sido asesinados y otros han tenido que dejar sus carreras y huir. Aquí hay prácticas de memoria parecidas y nosotros estamos luchando por volver a la normalidad”. Esa es una pelea que Oleksandra Matviichuk, directora del Centro para las Libertades Civiles, galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2022, la define en términos de identidad y libertad, y por ello les recrimina a los políticos hablar solo de recursos naturales, elecciones y concesiones territoriales, pero no sobre las personas que padecen el horror de lo bélico. Por eso le duele la ausencia de lo humano en lo poco que hasta ahora se sabe de las negociaciones de paz: “La ocupación rusa no solo es cambiar la bandera de un Estado por la de otro, sino también desapariciones, torturas, violaciones, negación de nuestra identidad, adopción forzosa de nuestros hijos y fosas comunes”.
Si desde antes se sentía en el ambiente que la llegada de Donald Trump cambiaría el curso de Ucrania, aunque algunos en Kiev no lo reconocían abiertamente y negaban sentir temor frente a eso, las cartas que ha jugado la Casa Blanca en poco más de un mes de gobierno, sobre todo en los últimos días, están empezando a mostrar esos indicios. Jesús Agreda Rudenko, internacionalista, lo pone en estas palabras: “Aunque hay algunos logros ocasionales, la guerra se está perdiendo. La gente, cansada, en el fondo quiere la paz, pero no a cualquier costo. La duda que tengo es si ese es el fin o solo el medio para restablecer las relaciones con la Rusia de Putin. En caso de ser así, una paz justa y duradera en Europa no sería ni de lejos una verdadera prioridad”.
Matviichuk recuerda a su ciudad sitiada y su decisión de no evacuar y permanecer en Kiev. También que el pensamiento de muchos era que Ucrania, a medida del avance de los rusos por el sur, el norte y el este, caería en un par de días. De eso hace tres años y muchos despertares que ha celebrado como victorias, como el recordatorio de haber resistido una noche y otra más, y así hasta hoy con su familia. En ella hay sentimientos contradictorios: uno de no querer desfallecer y otro de orfandad y soledad, de saber que poco a poco se están difuminando las voces de apoyo, que alguna vez sonaron con fuerza: “Es imposible alcanzar una paz duradera sin Ucrania. Sin nuestra participación solo se podrá pactar una rendición, y eso no lo aceptaremos. No tenemos otra opción. Si Rusia termina de ocupar Ucrania dejaremos de existir”.
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